Todas las sangres II
En la segunda parte de Todas las sangres se puede destacar diferentes temas que Arguedas trata recurrentemente a lo largo de su obra, pero, asimismo, se consigue resaltar nuevos fondos con respecto a algo que atañe desde siempre al individuo y a la sociedad: la corrupción, tráficos de influencia, nepotismo, relaciones de poderes, tradicio-nacionalismo.
Al principio del capítulo VI, tres hombres de distintas edades, Cisneros, Aquiles y Don Bruno discuten sobre lo que los comuneros de Paraybamba están practicando:
-¡Oiga usted, don Bruno! –dijo, poniéndose de pie. Los cuatro ocupaban escaños de vanqueta-. Oiga usted: no vamos a tolerar que corrompa a los colonos. Yo tengo influencia. (185)
Se puede apreciar que don Bruno es alguien que corrompe a los indígenas. Si recordamos bien, esto esta en oposición a lo que el mismo don Bruno afirma anteriormente:
Compraré a buen precio, no quiero que los hombres de mis tierras vayan a los pueblos. ¡Yo soy corrompido! No quiero que los hombres de mis pertenencias sean corrompidos (41).
Esta acción por parte de don Bruno es sosegada por otra no menos indecorosa proveniente de Cisneros. Al mismo tiempo se puede ver que las influencias y el tráfico de estas son tan importantes en el sistema feudal como lo es el dinero que sirve para tales fines:
-¡Qué casta ni qué casta! Ya pasaron esos tiempos. El que tiene dinero, el que más tiene, ése manda; ése es el señor. Yo se lo voy a probar… Tengo influencia. Yo hice el diputado y aun el senador con mi plata. (187).
-Sólo dos defensas no más hay: la plata para comprar a las autoridades y el revólver para defender lo que he ganado (204).
Aquí se puede vislumbrar que existe una clara relación de poder con respecto al dinero
y la fuerza que este tiene. Siguiendo este tema, más adelante en el texto, también el consorcio minero tiene un poder magnánimo frente a los grandes hacendados de la comunidad. El poder económico ahora es más importante que el poder eclesiástico o el poder político. En palabras del joven Aquiles:
-Amigo Cisneros, usted no se orienta todavía. ¿Sabe el poder que tiene el consorcio que ha conseguido ya… vía libre de los otros consorcios para acogotar a don Fermín Aragón? Dominan el mundo...
[…]
-Dominan el mundo, pero no apoyarían un levantamiento de indios (198).
[…]
-Los consorcios no tienen patria; han superado ese concepto (205).
Podemos ver que los grandes poderes se asocian para combatir los más pequeños y las grandes corporaciones son objetos desterritorializados con el solo propósito de obtener más ganancias. Esta es un claro síntoma de lo que es el capitalismo globalizador y que en la novela de Arguedas tiene un buen ejemplo.
El tradicionalismo patriarcal también es reflejado en esta novela en un nacionalismo lacerante por parte de los hacendados en contra de los mismos indígenas, mestizos y consorcios:
Ningún indio perro o mestizo, ningún gringo ni manejador de jeep nos alcanzará. ¡Qué así sea! (201)
Esta idea hace hincapié a otra aparecida anteriormente sobre el nacionalismo capital que se puede comparar e igualar a lo que hace la corporación minera en la comunidad de San Pedro:
En eso soy nacionalista, no por pendejo, sino porque lo que ellos quieren devorar lo podemos devorar nosotros (73).
Esta acotación resalta un discurso nacionalista y tradicionalista que, puesta en la praxis, revela intereses propios, dejando de lado otras reivindicaciones más positivas como la explotación de los recursos naturales para el beneficio común de un determinado espacio geográfico y su población. Y si ni lo nacional, que presuntamente debe defender los derechos de los pobladores locales y del medio ambiente, ni las corporaciones extranjeras, que supuestamente deben traer la civilización y ayudar con el desarrollo, ¿de qué lado debe inclinarse el pueblo?, ¿existe alguna alternativa para no estar ni con uno ni con el otro?:
Oiga usted don Adalberto, ellos no tienen patria fija, sino el negocio, negocio en África, aniquilando negros; en Asia, matando amarillos; en medio Oriente… amamantando reyes que hacen cortar las cabezas de sus súbditos como a carneros. […] No les conviene que la gente tenga ojos. Es mejor que sólo obedezcan y recen (205).
Span505
Arguedas
Al principio del capítulo VI, tres hombres de distintas edades, Cisneros, Aquiles y Don Bruno discuten sobre lo que los comuneros de Paraybamba están practicando:
-¡Oiga usted, don Bruno! –dijo, poniéndose de pie. Los cuatro ocupaban escaños de vanqueta-. Oiga usted: no vamos a tolerar que corrompa a los colonos. Yo tengo influencia. (185)
Se puede apreciar que don Bruno es alguien que corrompe a los indígenas. Si recordamos bien, esto esta en oposición a lo que el mismo don Bruno afirma anteriormente:
Compraré a buen precio, no quiero que los hombres de mis tierras vayan a los pueblos. ¡Yo soy corrompido! No quiero que los hombres de mis pertenencias sean corrompidos (41).
Esta acción por parte de don Bruno es sosegada por otra no menos indecorosa proveniente de Cisneros. Al mismo tiempo se puede ver que las influencias y el tráfico de estas son tan importantes en el sistema feudal como lo es el dinero que sirve para tales fines:
-¡Qué casta ni qué casta! Ya pasaron esos tiempos. El que tiene dinero, el que más tiene, ése manda; ése es el señor. Yo se lo voy a probar… Tengo influencia. Yo hice el diputado y aun el senador con mi plata. (187).
-Sólo dos defensas no más hay: la plata para comprar a las autoridades y el revólver para defender lo que he ganado (204).
Aquí se puede vislumbrar que existe una clara relación de poder con respecto al dinero
y la fuerza que este tiene. Siguiendo este tema, más adelante en el texto, también el consorcio minero tiene un poder magnánimo frente a los grandes hacendados de la comunidad. El poder económico ahora es más importante que el poder eclesiástico o el poder político. En palabras del joven Aquiles:
-Amigo Cisneros, usted no se orienta todavía. ¿Sabe el poder que tiene el consorcio que ha conseguido ya… vía libre de los otros consorcios para acogotar a don Fermín Aragón? Dominan el mundo...
[…]
-Dominan el mundo, pero no apoyarían un levantamiento de indios (198).
[…]
-Los consorcios no tienen patria; han superado ese concepto (205).
Podemos ver que los grandes poderes se asocian para combatir los más pequeños y las grandes corporaciones son objetos desterritorializados con el solo propósito de obtener más ganancias. Esta es un claro síntoma de lo que es el capitalismo globalizador y que en la novela de Arguedas tiene un buen ejemplo.
El tradicionalismo patriarcal también es reflejado en esta novela en un nacionalismo lacerante por parte de los hacendados en contra de los mismos indígenas, mestizos y consorcios:
Ningún indio perro o mestizo, ningún gringo ni manejador de jeep nos alcanzará. ¡Qué así sea! (201)
Esta idea hace hincapié a otra aparecida anteriormente sobre el nacionalismo capital que se puede comparar e igualar a lo que hace la corporación minera en la comunidad de San Pedro:
En eso soy nacionalista, no por pendejo, sino porque lo que ellos quieren devorar lo podemos devorar nosotros (73).
Esta acotación resalta un discurso nacionalista y tradicionalista que, puesta en la praxis, revela intereses propios, dejando de lado otras reivindicaciones más positivas como la explotación de los recursos naturales para el beneficio común de un determinado espacio geográfico y su población. Y si ni lo nacional, que presuntamente debe defender los derechos de los pobladores locales y del medio ambiente, ni las corporaciones extranjeras, que supuestamente deben traer la civilización y ayudar con el desarrollo, ¿de qué lado debe inclinarse el pueblo?, ¿existe alguna alternativa para no estar ni con uno ni con el otro?:
Oiga usted don Adalberto, ellos no tienen patria fija, sino el negocio, negocio en África, aniquilando negros; en Asia, matando amarillos; en medio Oriente… amamantando reyes que hacen cortar las cabezas de sus súbditos como a carneros. […] No les conviene que la gente tenga ojos. Es mejor que sólo obedezcan y recen (205).
Span505
Arguedas